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Los impuestos y los ricos

No hay mantra más facilón que el de subir los impuestos a los ricos para que haya mejores servicios para todos. Léase, para los que no son los ricos, que se entiende que todos los que no están en ese primer grupo están en otro grupo que son los pobres. Como digo, es un mantra verdaderamente simplificado, así que por ahora dejémoslo estar y vamos a los números.

El que se perfila como nuevo gobierno para España anunció ayer su plan de gobierno, bastante heterogéneo y polémico en ámbitos que hoy no vamos a tratar. Dejamos las disquisiciones territoriales a otras personas y nos centramos en los números, en los impuestos.

El plan perfila un aumento del gasto de unos 35.000 millones de euros únicamente en los cuatro años que dura la legislatura; unos ocho o nueve mil millones anuales que luego son muy difíciles de reducir (como sabe cualquiera que asume gastos en casa, es más fácil contratar servicios que darlos de baja y asumir la incomodidad de ese no-servicio).

La medida más publicitada para asumir ese mayor gasto es un incremento del IRPF a rentas muy altas, por encima de 130.000 euros anuales. Esto ya estaba en el programa que anunciaron en abril, cuando el gobierno no logró cuajar, por lo que ya sabemos que esta medida aportaría algo menos de 350 millones al año (según Expansión, 328).

Eso no llega ni al 4% del nuevo gasto previsto. Esa es la parte de subida que se hace a LORRICO.

El restante 96% lo pagarán los otros, los que no son lorrico, los que antes hemos llamado -sin intención de ofender a nadie- los pobres.

[Nota: no he puesto comillas a ninguna mención a los ricos (también conocidos como LORRICO), pero huelga decir que una persona con un buen salario no es realmente un rico. Un rico es otra cosa, y más allá de la manipulación y la semántica de combate el término empleado normalmente por nuestros políticos no hay por dónde cogerlo.]

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Leyendo bien el españolito de Machado

Decía Antonio Machado en Españolito:

Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.

La interpretación clásica que se hace de esto es la de una gran población dividida en dos grandes grupos partisanos y, claro, a cada uno de esos grupos el otro, el enemigo, ha de helarles el corazón.

¿Y si no fuera tan sencillo? Los sucesos de estos días, desde las elecciones andaluzas y el ascenso de Vox, a las conversaciones que he mantenido desde que se supieron los resultados, o a las violentas manifestaciones de ayer, me recuerdan que yo siempre vi estos versos de otra forma. No como dos grandes grupos enfrentados sino como dos pequeños grupos enfrentados que mantienen como rehén al resto, la mayoría de la población. En cualquier conversación has de empezar poniéndote la tirita que, de todas formas, no servirá de nada porque si cuestionas siquiera alguna de las posturas de el partido preferido de tu interlocutor te van a acusar de ser el enemigo (facha, o rojeras, por turnos y según con quien hables, a veces con solo unos minutos de diferencia). Ambos te van a helar el corazón con su intransigencia, y ahí es donde yo creo que apuntaba Machado.

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¿Por qué sabemos que en España apenas quedan franquistas?

¿Por qué sabemos que en España apenas quedan franquistas?

¿Les gusta la pregunta? Hoy vamos a intentar elucidar la respuesta. Primero esbozando una corta, y luego argumentando la misma para extenderla en una respuesta larga.

Al grano con la respuesta corta: gracia a la estrategia de comunicación de Podemos sabemos que en España apenas hay franquistas.

¿Sorprendido? Espero que no, porque sólo hemos comenzado. Vamos a por la respuesta larga.

Podemos es un partido populista clásico que deliberadamente evita posicionarse en cualquier tema ante el que exista división de opiniones. Ante cualquier tema espinoso, contestarán con evasivas y/o saliendo por la tangente. Recuerden cuando se negaron a posicionarse en el tema de la ley del aborto, o cómo a diferencia de la gran totalidad de partidos españoles de inspiración comunista no hablan abiertamente ni de república, ni del himno de Riego, ni de la bandera tricolor.

Todos esos temas son temas sobre los que existe una evidente división de opiniones en la sociedad española, y Podemos evita mojarse para no ofender a nadie, ni siquiera a aquellos más alejados de su ideario.

Sin embargo, ahí tenemos esa obsesión constante con sacar a brillar a Franco, que afortunadamente lleva más de cuarenta años bajo tierra. Y la única explicación razonable es que ellos saben, tan bien como cualquiera de nosotros, que apenas nadie se siente franquista en la España de 2017, y que al posicionarse duramente en contra de una dictadura con la que ya no se representa nadie no corren riesgos: hacen un guiño a su público más fiel sin ofender realmente a los demás porque estos últimos tampoco se sienten franquistas. Y si se ofenden por la comparación, pues más fácil: al fin y al cabo, como buen partido populista, están esperando esa reacción para lanzar la confirmatoria («¿veis cómo sí que son franquistas?») que les permita diferenciar al pueblo del no-pueblo, a la gente de la casta, a los buenos de los malos.

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El cambio según la política argentina

No me pregunten cómo he llegado a La Razón, pero veo una crónica desde Buenos Aires acerca de las últimas elecciones y no salgo de la perplejidad:

La contundente victoria en el distrito de la provincia de Buenos Aires del partido opositor Frente Renovador –que lidera Sergio Massa, peronista y ex jefe de Gabinete de Cristina Fernández– con más del 40% de los votos demuestra que una importante porción del país disiente de las políticas del kirchnerismo, y que ha decidido enviarle un contundente mensaje de cambio al Gobierno.

Así que en 2013, que el ex-jefe de Gabinete de la actual presidenta, que además se define como peronista, gane unas elecciones locales representa la posibilidad del cambio. Visto así, lo de Cháves y Griñán terminará pareciéndonos revolucionario.

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La mediocridad política francesa

De facepalm en facepalm:

Especialista en extremismos y profesor en la Universidad París VIII, Fassin sostiene que la UMP y el PS “se empeñan en hablar de inmigración y seguridad como si ese fuera el tema que más preocupa a los franceses, pero no es cierto. Las encuestas revelan que las grandes inquietudes son el paro, el poder adquisitivo y la salud, no la inmigración. Pero la derecha prefiere hablar de lo que habla el Frente Nacional, y los socialistas renuncian a hablar de protección social para hablar de lo que habla la derecha. Ese fue el mensaje de Hollande al salir en televisión para ofrecer unas migajas de solidaridad a Leonarda: la prioridad es la inmigración”.

De mediocre en mediocre…

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Una crítica a Wert que no gustará a muchos críticos con Wert

Roger Senserrich en Politikon:

Si queremos que el gasto educativo sea progresivo, la universidad debería ser cara por defecto, e ir acompañado de un sistema de becas generoso por criterios estrictamente de renta familiar.

Está claro que en ausencia de lo segundo, aplicar lo primero no es ninguna solución. Pero no deja de ser interesante porque creo que un amplio porcentaje de los detractores de la reforma lo serían también de la propuesta de Senserrich.

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La tiranía del capitalismo y la coca-cola

Gabo en el El País, año 1981:

Los cubanos han demostrado, entre otras muchas cosas, que se puede vivir sin coca-cola a noventa millas de Estados Unidos. Fue el primer producto que se acabó con el bloqueo, y hoy no queda ningún vestigio de su pasado en la memoria de las nuevas generaciones.

Un escritor cubano de paso en París encontró por casualidad una botella de coca-cola extraviada de Marruecos, con el célebre logotipo en caracteres árabes. El escritor compró la botella por curiosidad para llevársela a La Habana, y al llegar se la mostró alborozado a su hija de quince años. La niña miró perpleja la botella sin comprender los aspavientos de su padre. «Mírala bien», le dijo él, «es una botella de coca-cola con letras árabes». La niña, todavía más perpleja, preguntó: ¿Y qué es coca-cola?

Parece que la tiranía del capitalismo se reflejaba en la forma de la botella:

el Che Guevara, con su asombrosa claridad política, les replicó que el símbolo del imperialismo no lo era la bebida en sí misma sino la forma de la botella. (…) Las mentes más cuadradas pensaron en destruir las botellas existentes para exterminar el germen. Sin embargo, un cálculo más sereno demostró que las fábricas de botellas de Cuba tardarían varios años en sustituirlas por otras de forma menos perversa, y los revolucionarios más crudos tuvieron que resignarse a utilizar la botella maldita hasta su extinción natural.

Los sueños de la razón producen monstruos. Gabriel García Márquez es capaz de escribir maravillas. Y también es capaz de escribir propaganda de la más burda.

No sé si me produce más pena el intento desesperado de vender como éxito de la revolución lo que no es sino una pérdida injustificada (si no quieres coca-cola, sencillamente no la consumas tú, pero deja que otras personas sean libres de beberla) o si el hecho de que el supuesto éxito sea completamente falso. Tuve una compañera cubana (no habanera, sino de Santiago) en Málaga. Llegó ahí para estudiar su doctorado y el primer día, en el primer almuerzo, ya pidió una coca-cola. Y posteriormente cada día pidió una durante años. Mi anécdota no sucedió en el 1981, sino después. Pero creo que hay indicios para pensar que el bueno de Gabo se dejó llevar por eso que los malvados sajones llaman «wishful thinking».

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