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Davidianos, Waco, efemérides, y una canción

Una efeméride de la que seguramente muchos no se acordarán, pero ya estoy yo aquí para hablar del tema. Hoy se cumplen 20 años de lo que se recuerda como la masacre de Waco, un incidente con el que se puso fin al enfrentamiento de casi dos meses de duración entre el FBI y los davidianos, una sección escindida de otra rama escindida de una escisión de la auténtica iglesia adventista del séptimo día, un subgrupo que se autodefine como cristiano; los cristianos de la fé verdadera, supongo. Creo que me salto un par de ramificaciones auténticas, pero ya pillan la dinámica y ya se hacen una idea de qué palmas tocan estos davidianos.

Monte Carmelo, Waco

Siempre me causó mucha curiosidad este incidente. Creo que en parte porque sucedió cuando yo tenía apenas 12 años, y porque el bombo mediático alrededor de este incidente fue enorme incluso en estas latitudes, tan alejadas del rancho texano donde aconteció. Y no voy a dejar de decirlo, una canción de uno de los grupos que yo oía mucho por entonces estaba dedicado a este incidente. Pero de eso hablo luego.

Hace mucho que no tengo televisión en casa, pero en aquella época se daba mucho bombo a todo lo que fueran cultos más o menos minoritarios, o sectas más o menos pintorescas (mírenlo como más les guste). Una de esas manías periodísticas que también influyó mucho en el conocido como «asesinato del juego de rol», que tantos desgraciados prejuicios engendró (y tanto nos costó sufrir), pero sobre el que mejor hablamos otro día.

Volviendo a Waco, todo gira en torno a los davidianos, un culto de corte tremendista que centraba su mitología en la inminente llegada de una especie de apocalipsis-derrumbe del mundo en el que se ven (como todos las religiones y/o sectas) como el auténtico pueblo elegido. Y, en consecuencia, perseguidos por todos los demás, por la turba irracional que no acepta esa realidad y actúa como esos malos banales de las películas que no necesitan un motivo para perseguir a los buenos. La manía persecutoria, por supuesto, como en todo culto de esta naturaleza, está cogida con pinzas y no posee mucha base sobre la que justificarla. Pero no importa porque el objetivo es que los que ya están en el grupo no se alejen demasiado del líder.

El líder. Un grupo así, obviamente, requiere un líder acorde a la circunstancia. Y ahí tenemos a David Koresh. Un tipo que lo tiene todo: se pasó la vida justificando sus manías porque los compañeros del cole abusaban de él, tan pronto entró a liderar al grupo cambió la norma para permitir la poligamia (¡faltaría plus!), y sin olvidar que para llegar a ser líder del grupo tuvo que liarse con una señora 40 años mayor que él, abandonando su declarada afición por las lolitas menores de 14. No me cabe duda de que este señor nowadays habría sido capaz de mantener un blog, ni de que éste sería de lo más grotesco.

Volviendo a la manía persecutoria sucede, no obstante, que esta percepción de todo lo que no eran ellos como el mal hecho carne dedicado en cuerpo y alma a perseguir y destruir a su grupo está en la raiz del incidente: para defenderse del ataque inminente que el universo conspiraba contra ellos, los davidianos se prepararon como el que se va a la guerra en el golfo pérsico, en las guerrillas de Angola, o a la selva con Sendero luminoso. Acumularon armas. En un país (Estados Unidos) donde éstas se adquieren con generosidad de forma legal, acumularon una cantidad enorme de armas ilegales.

Y llamaron la atención del FBI, que pidió permiso al juez para inspeccionar. Y David Koresh, gurú último del grupúsculo (digo esto porque en su vanidad, su poligamia permitía 140 esposas… pero su grupo nunca fue tan grande), se negó. Eso ocurre en febrero de 1993, hace veinte años y dos meses.

Cincuenta días después de tener el rancho bajo asedio, tras la falta de colaboración de Koresh y sus acólitos, el FBI decidió asaltar el inmueble, asalto al que el tan peculiar grupo (una escisión de una escisión de una rama verdadera de la facción auténtica del culto original, cargado de simbolismos monoteístas, autoproclamados cristianos con estrella de David en su emblema; porque mezclar es bueno y no da tanta resaca como se piensa en la cultura popular) opone resistencia. Koresh y otros setenta y seis davidianos murieron en aquel incidente.

Sobre si este tipo de grupos son o no sectas (creo que lo son, pero eso es otra historia), de si Koresh era un gurú egoísta que abusó de sus seguidores, o de la fijación de los medios masivos con este tipo de historias podemos hablar mucho, pero será otro día. Como otro día, quién sabe, quizá hablemos de Timothy McVeigh, un ultraderechista que voló un edificio federal del gobierno de EE.UU. causando más de un centenar de víctimas, acto que justificó como represalia por lo sucedido en Waco (y nadie lo duda, pues lo hizo precisamente un 19 de abril, pero en 1995, exactamente dos años después); McVeigh, por cierto, también dijo que sus compas del cole abusaron de él… vamos, que parece ser la excusa estándard para los psicópatas.

Yo, por mi parte, les dejo con una canción fantástica aparecida en el primer disco de Machine Head, un disco que supo actualizar como ningun otra el thrash metal que había surgido una década antes en la bahía de San Francisco (abanderado por grupos como Metallica, o Slayer) para darle un toque diferente, que seguramente no haya sido revisado con éxito por ningún otro grupo excepto por Mastodon, ya en la década del 2000. En fin, que no me enrollo más. Davidian, que así se llama la canción, se convirtió en una especie de himno: miren lo que puede sucederles si siguen ciegamente al primer gurú que se crucen en su camino.

Y esa camiseta BIC, je, je. Blind man ask me forgiveness, I won’t deny myself…

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